
la cultura reemplaza sentimientos genuinos con palabras, como ejemplo de esto, imaginen un bebe tendido en su cuna, la ventana esta abierta y en el cuarto aparece algo maravilloso, misterioso, brillante, derramando luces de múltiples colores, movimientos y sonidos, una epifanía en constante transformación de percepciones integradas que tienen al pequeño cautivado, luego su madre entra a la pieza y le dice al niño, “ese es un pájaro, hijo, es un pájaro” instantáneamente la compleja visión del iridiscente misterio colapsa a una palabra, todo el misterio desapareció, el niño aprende que es un pájaro, y por la edad de seis años todo el misterio de la realidad es cuidadosamente embaldosado con palabras. Este es un pájaro, esta es una casa, este es el cielo y nos condenamos a una prisión lingüística de percepción desamparada, y lo que los psicodélicos hacen es romper esta envoltura de confinación al retornarnos la verdadera herencia y derecho del organismo.
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